viernes, 29 de enero de 2016

Se acabó el chiringuito





http://www.lavozdelsur.es/encuentran-mas-de-700-plantas-de-marihuana-en-un-chale-de-jerez


"La Guardia Civil desmantela una macroplantación, sostenida por un complejo sistema eléctrico, que incluía 66 diferenciales, cuatro equipos de aire acondicionado y diversos extractores y humificadores. 

Los detenidos se abastecían ilegalmente de electricidad del alumbrado público mediante enganches ilegales para no levantar sospechas por el excesivo consumo de su explotación ilegal."


Hemos encontrado al De los Rivers.

miércoles, 8 de julio de 2015

viernes, 14 de marzo de 2014

El árbol de Rivers, I: José Amador de los Ríos






 
Hablaba en mi anterior entrada, queridos niños, de “liarla bien gorda”, y  ya sé que muchos tomáis al Rivers por un “liante profesional”. Pensaréis, entonces, que “el árbol de Rivers” es la planta del cánnabis, pero no nos referimos a liar esa clase de productos. Con “el árbol de Rivers”, pillines, queremos decir su árbol genealógico.  ¿De qué casta le viene al galgo? ¿Cómo fueron los antepasados rivereños? 

 Para quien no lo sepa, “de los Rivers” es la marcianización de “de los Ríos”, apellido no demasiado frecuente, aunque bello, y con frecuencia ligado a gloriosas estirpes. Como no sabía por dónde empezar, si por el propio Rivers, por el uacarí que dio origen al linaje o por uno de sus eslabones, decidí coger el  Rivers que tenía más cerca: José Amador de los Ríos, ilustre polígrafo del siglo XIX. Paso por su calle todos los días, camino de la facultad, aunque para ello tengo que tardar cinco minutos más de lo debido, y con no poca frecuencia finjo que se me cae una moneda y de paso acaricio el suelo. 

José Amador, sevillano de adopción, destacó sobre todo en el campo de la historia. Se dedicó a la arqueología, entró en la Real Academia de la Historia y la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando y escribió una historia de la literatura española muy consultada en su tiempo. Si su descendiente Juan Pepe importará hachís desde tierras morunas, José Amador, que también mantenía un estrecho contacto con esa cultura, acuñó el término “arte mudéjar” para referirse al arte hispanomusulmán. Fue  diputado a Cortes por Almería por parte de la Unión Liberal, y ocupó durante sus vida los cargos de director del Museo Arqueológico Nacional, Inspector Nacional de Instrucción Pública, Censor de Teatros y decano de la Universidad Central.  Hizo de diplomático, dibujante, especialista en temas madrileños, sevillanos, toledanos… Vamos, un fiera. Pero nadie es perfecto: Wikipedia, en su sacrosanta objetividad, lo califica de “poeta más bien mediocre”, lo cual, de tener una base genética el don de letras, explicaría ciertos eventos de tuenti un par de siglos posteriores.

Y es que, mirándolo bien, ya ostenta todos los rasgos que harán de Rivers una imagen de marca: calva bien encerada y barbazas crecientes, oséase, lo que aparentemente tienden a hacer con sus pintas todos los Rivers cuando van madurando.

Que ya era hora.
                                                             

martes, 4 de marzo de 2014

¿Qué fue del primo Óscar?



Como hace años que no veo a Rivers, y como no tengo por tanto nada que añadir, voy a dedicarme a contar mi vida como si de un vulgar muro de facebook o un fotolog se tratara. Ni este blog ni mi cerebro dan para mucho más.

Bueno, ¿por dónde empezamos, mis niños? Hace mucho que no veíais al primo Óscar, ¿no es cierto?  Eh, sí, yo también os quiero. Oh, qué cariñosos sois… Ah, qué niños más buenos. ¡Uh, cuidado con el frenillo!

Os preguntaréis qué locuras hizo vuestro querido Óscar en todo este tiempo. Pues nada, yo os las cuento, total, mejor dar una “versión oficial” que veros cotilleándolo por otras redes sociales.

Este blog riverino, salvo por alguna entradilla ocasional, fue abandonado a su suerte hace ya años. En ese entonces, por si no lo recordáis, yo vivía en la calle Juan Antonio Cavestany, en Sevilla, donde se encontraba lo que algunos colgados locales denominaban “Madre”. “Madre” era un piso personificado abundante en letreros, fábulas y pelos de gato. Cada una de sus habitaciones era una parte de “su” cuerpo (la cocina el estómago, el salón el útero, el florido huerto la peluda entrepierna…) y cada uno de sus habitantes cumplía un rol único e inimitable. Ese año, salpimentado de peleas de gallos, sesiones de cine 24 horas y rutinarios eventos gastronómicos cortesía de madres e hijos, fue el testamento artístico de la asociación cuadrangular antaño conocida como Lambda, posteriormente como “los chicos del Cadalso” o “los correligionarios del Cadalso”.

Todos los que conocieron a Madre concuerdan en que fue el piso de estudiantes más fabuloso que han pisado. Una verdadera maravilla, un derroche de fantasía. Tras la eterna espera de rigor, el ayuntamiento sevillano decidió conmemorar esa entidad excepcional que había tenido lugar en sus dominios, bajo el nombre de aquel a quien consideraban su cabeza visible.

Así pues, nos dedicaron una calle que da directamente al viejo piso. Con su peculiar grafía andaluza, la nombraron “Luis Cadarso” (aunque algunos ven en ello una mofa a las faltas ortográficas que eran nuestro pan de cada día).


(1)

Es una callecita señorial, burguesa. Sus paredes contienen pintadas, declaraciones de amor y amenazas semejantes a minirrelatos, los cuales, por mor de la pereza adolescente, eran nuestra mayor (y casi única) especialidad.

Yo podía haberme quedado en esa calle tranquila, pintoresca y peatonal el resto de mi vida. Podía haber saciado mis inquietudes literarias mediante una diarrea diaria de minicuentos en un blog, podía haber calmado mi sed de Nobel leyendo los elogiosos comments de mi papá o mis compis. Podía haberme convertido, en suma, en lo que los jóvenes de hoy entienden por un “artista”: un ególatra competitivo que dedica una pequeña porción de su escaso tiempo libre a confeccionar lo más rápido posible pedacitos de historias que le sirven para mirar con suficiencia a aquellos pobrecillos que eligieron como hobby el aeromodelismo y para alimentar, gracias a los diversos “medios de expresión” que facilita internet, la falsa ilusión de que no hacen falta cojones para ser quien se quiere ser.

Pero yo siempre busqué algo más. Quería algo que se plasmara en la vida real, algo que me llevara lejos, que me hiciera salir del opresivo ámbito doméstico en que estaba enfrascado mi quehacer literario. Justo entonces oí hablar de cierto blog que, al parecer, estaba haciendo furor: algo relacionado con un tal de Los Rivers. Algo así como un movimiento popular de idolatría hacia una entidad de comportamiento censurable que canalizaba el nihilismo creciente de las juventudes. Algo en lo que creer en estos tiempos descreídos, un tipo calvo como una bombilla que iluminara esta oscuridad en la que vivimos. Se rumoreaba que pronto se iba a volver una revista, que prometía merchandising, página web, camisetas por paypal, anuncios en google... No conocía a ese tal Rivers, pero, invitado por sus creadores a sumarme a la causa, recabé sin cesar toda la información que pude sobre dicho señor. Incluso lo vi en un par de ocasiones (y lo olí en algunas más).

Comencé a escribir desmesurados artículos sobre el ciertamente estrambótico personajillo, con una mezcla de mala memoria y mala leche que hizo estragos en las bragas del público. Tan sumido estaba en estos nuevos horizontes que se me abrían como colegialas en celo, que fui olvidando poco a poco el grupo originario al que pertenecía, el cual se estaba hundiendo en una irremediable decadencia. Ellos lo habían dado todo por mí, me habían servido de plataforma para labrarme un nombre en el mundillo bloggero jerezano…

Sí, amigos, como sentenciara el analista José Luis Gómez Melara,

“En efecto, compañeros de departamento, desde un punto de vista estrictamente antropológico se puede observar que Rivers fue al Cadalso lo que Yoko Ono a los Beatles”.

Yo me había perdido en las curvas sensuales de esa calva, y mis antiguos compañeros me parecían planos. Una vez  se hubo acabado el curso que pasamos en “Madre”, la decisión se volvió más urgente. ¿Qué hacer? Mi admiración hacia Rivers rozaba ya el fanatismo. ¿Debía adscribirme a la adoración de mi nuevo Dios, o volver con mi antigua familia? ¿Debía escoger el éxito, la gloria, la satisfacción espiritual, o retornar a la frustración de un grupo “creativo” en claras vías de extinción? ¿Amar al Ríos, o a Luis y el Cadalso? Os aseguro, niños, que tales dudas, que parecen poco serias así a bote pronto, realmente tuvieron lugar, y un lugar muy específico:

 (2)

No podría contar las horas que pasé debatiéndome en cuerpo y alma frente a esa encrucijada, en un café que sirve el mejor agua del grifo de Sevilla. 

Yo sabía ¡sí! sabía que Rivers me daría la llave de la fama, el renombre internacional, y, lo más importante de todo, la admiración de los frikazos del Último Hogar. No en vano el sendero del “Amador de los Ríos” se dirige a la estación de trenes de Santa Justa. Madrid, Londres, Nueva York… Todo estaba a un tiro de piedra. Pero no me atreví a dar el paso. Huí, huí como un cobarde. Dejé el blog de los Rivers, dejé el Cadalso, lo dejé todo y me fui muy lejos. El curso siguiente lo pasaría… en los cerros de Úbeda.

Un año en París. En mi exilio francés, si bien mi producción rivereña fue escasa, puedo jurar ante la Biblia que no me olvidé del Rivers ni un segundo. Al año siguiente tuve que volver a España, pero había aprendido una gran lección. Mi experiencia Erasmus fue una experiencia mística, semejante a la que tuvo el Buda cuando salió de las murallas de su palacio. Me sirvió para descubrir la piedad por todos los seres sensibles, y volví siendo otro, más sabio y, al mismo tiempo, más humilde. Acepté el sufrimiento del mundo, la existencia del dolor, la enfermedad y la muerte, cuando tomé conciencia de la tortura que padecen algunos animalillos aparentemente sin importancia. A partir de ahí, comprendí el sufrimiento inacabable de todos los seres, fueran o no de mi especie, y decidí practicar una ética basada en la compasión…


 (3)


Y, al abrirme de esta manera a las desgracias del mundo, recordé a mi “Madre”. Volví corriendo, renovado, dispuesto a retomar lo que había dejado a medias. La encontré en un estado lamentable: desatendida por sus otros hijos, incapaz de valerse por sí misma, arrastrando una montaña de mierda en su pañal. Casi no me recordaba y había envejecido muchísimo, tanto que a partir de entonces la llamé Abuela. Con lágrimas en los ojos, decidí fundar una hermandad para venerarla y cuidar de ella mientras viviera. En Sevilla es el procedimiento habitual. Mi hermano montó la suya propia, adorándola bajo un nombre levemente distinto, porque estaban ese día en 2X1. Junto al bar “Entre dos hermandades” habitaron los dos hermanos, dedicados a la labor que les ha sido encomendada. No pienso ofrecer más datos sobre la localización, no porque sospeche de Obama, eso no me preocupa (go spy your wife, nigger!), sino porque creo que Rivers puede estar leyendo esto desde algún sórdido locutorio, gastando los últimos euros que ha conseguido por vías poco lícitas mientras se sorbe densos mocarrones y aún más densas lágrimas de nostalgia...

A él también lo he echado en falta.

Próximamente en sus pantallas, la historia de la calle “Amador de los Ríos”.


miércoles, 11 de diciembre de 2013

Inefable


Una tarde cualquiera, más noche que tarde por el cambio horario, un hombre caminaba solitario por el casco histórico de un pueblo. Las calles estaban mudas, pero con mil historias que contar; los anclajes de unos puestos en la calzada recordaban el alegre mercadillo que se celebrada cada mañana de domingo. Unas calles más abajo había aún unos pocos farolillos, distribuidos por algunos balcones y farolas, de lo que no hacía mucho era el foco de las verbenas locales. Al alzar la barba, el hombre, con alguna dificultad, alcanzó a ver el glorioso campanario de una imponente catedral. Los graznidos de los grajos, pues ese día hacía un frío del carajo, que anidaban en cada una de las grietas de la tosca piedra que la conformaban simulaban el llanto de la propia construcción, las deposiciones avícolas a lo largo y ancho del templo emulaban las lágrimas caídas al rememorar tiempos mejores. Por suerte no era temporada de cigüeñas. Entre calada y calada, al hombre se le vino a la cabeza las palabras de lo que una vez fue su abuela; en su día, la anciana contaba a este barbudo solitario como brillaba la catedral. Decorada con incontables vidrieras y rosetones que en un ejercicio de cooperación con el sol iluminaban el pueblo entero. Aquel relato trataba de una época que ese hombre jamás llegó a conocer. Coincidió consigo mismo en que lo único que brillaba en ese momento era su afeitada cabeza. El destino quiso que tras el brillo siguiese el reflejo, y se vio proyectada su triste imagen en la puerta acristalada de una tienda. Sobre la puerta, un cartel que rezaba “El Último Hogar”. Sólo leerlo le produjo un escalofrío. El humo de la droga liada le dificultaba la visión; atisbó varios grupos de personas, pero no pudo concretar desde la calle la identidad de los mismos. En ese momento algo le empujó a entrar, no supo el qué, hasta que se giró; un tal Willy, menos conocido como “Vicente Jesús”, se chocó con el barbudo distraído. Todo quedó en una disculpa, y el tal Willy, entró en la tienda. El barbudo se sintió solo, como llevaba haciendo desde hacía ya varios años. Y en busca de calor humano, y sobre todo, para pedir un papelillo, se adentró en ese hogar. Ya en la tienda, sólo el empleado le saludó, más por aparentar ser amable e intentar procurarse unos ingresos. Pero teniendo en cuenta que ese hombre solitario y barbudo era un hombre solitario y barbudo, no obtendría en ese día beneficios por su parte. Sonrío para sí mismo el barbudo al recordar las innumerables ocasiones en las que había sido invitado a todo tipo de bienes, pues nunca llevaba un euro encima. Una vez sobrepasada la zona de visión del tendero, frente al barbudo, torpemente alineadas se situaban cuatro mesas destinadas al ocio: juegos de estrategia con cartas, juegos de mesa de estrategia, juegos de rol de estrategia, maquetación de figuras para las que había que planificar la estrategia para montarlas… Sin duda el paraíso para Napoleón, lo único que fallaba era la estrategia comercial del dependiente. Nadie pareció percatarse de la presencia del barbudo, su saludo generalizado cayó a oídos de nadie. Volvió a sentirse solo, y raudo bajó las escaleras que conducían al sótano de la tienda, donde se encontraba el lavabo. Estaba claro que en un sótano que sólo se habilita al público cuando hay eventos masivos se escondía algo ilegal. Pero el barbudo no estaba por la labor de jugar a los detectives. Necesitaba un consuelo a su soledad que sólo él podía proporcionarse. Algo aturdido, se humedeció la cara. Alzó la barba y se vio en el espejo. Algunos cortes de navaja bajo la nariz, hirsuto vello facial. Prestó atención al reflejo de sus ojos; en ellos apreció un hombre iracundo y prolijo, sobretodo prolijo. Resguardado del gentío reflexionó, esto último no es seguro, sobre su nuevo estatus social. Comprendió, esto tampoco es seguro, que la soledad le estaba destruyendo. Decidido, salió de su escondrijo, con tanto ímpetu que los goznes de la puerta del aseo casi se desencajan. Una vez subió la escaleras se encontró el mismo panorama que hacía unos minutos. En un momento determinado, acertó a dar con una mesa que tenía una silla desocupada a su alrededor, y se sentó. En el resto de las mesas también había sillas libres, pero la gente le mentía y le decían que estaban ocupadas. De esta forma, y tras tres intentos fallidos, pudo asentar sus posaderas. Las sillas colindantes estaban ocupadas por un apuesto joven Álvaro con coletilla padawan, un melenudo Óscar que se divertía haciendo la maquinaria y por un rizado rubio de barbita cojonciana, que imitaba a un conocido personaje habitual de la tienda. Los tres primos Carrera no dudaron en saludarle “¿Qué paja cohoone?”, “Ya era hora joputa”, “¿Er de los River? ¿Ere er de los River? ¡Ostia er de los River!”–. La mente de aquel barbudo no alcanzaba a comprender que había hecho para ganarse el presunto afecto de aquella familia. Fueron necesarios dos Mountain Dew para que sus ideas comenzasen a fluir. También ayudó que se le hubiese pasado la fumada. Sólo así, hidratado y lucido, pudo recordar el mal momento que la droga le causó. De los Rivers pasaba por un mal momento (llevaba así desde que le conocí), y en vez de buscar apoyo en un juego muy caro de cartas y en sus mejores amigos, los Carrera, se abstrajo y se refugió en el cannabis y los aseos de tiendas. Comprendió que la sensación que le causaba el THC no era lo que más le convenía. Su vida entera, pues fumar era su vida, se convirtió en un tormentoso mar de soledad. Una experiencia para la que De los Rivers no encontró nunca palabras, quizá por su bajo nivel escolar y escaso dominio de la lengua, quizá porque fue algo inefable.

miércoles, 27 de noviembre de 2013

El de los rivers ya tiene compañero de habitación

Es triste ver caer a los grandes pensadores de nuestro tiempo, enjaulados como perros entre las paredes de la locura.



Todos los héroes mueren jóvenes, hasta siempre mi comandante.

 And now the party must be over
I guess we'll never understand
The sense of your leaving
Was it the way it was planned?


http://www.youtube.com/watch?v=xAPkUfl8z0w

sábado, 23 de marzo de 2013

Al desnudo








En el inimitable museo del Louvre, en la sección de escultura francesa, hay una estatua que llama la atención de todos los viandantes. Es un viejo calveante, arrugado, deforme, cubierto por una escueta sábana en sus partes más nobles y poco más. En el suelo hay una máscara tirada, simbolizando que ha perdido todo lo superfluo, que se muestra tal como es. Una estampa lastimosa, que inspira una mezcla de compasión y fatiga, y, aunque en salas cercanas están algunas de las estatuas más impactantes jamás cinceladas, no puedes evitar verte movido por un sentimiento extraño. Cuando se pretende saber quiénes fueron el autor y el modelo, tras un par de paseos por el museo buscando el letrero en cuestión, uno descubre que es de un tal Jean-Baptiste Pigalle y que el título de la obra es “Voltaire nu”. ¿”Nu”? “Voltaire no”, querrá decir usted. Pues no, “nu” significa “desnudo” y, efectivamente, es Voltaire, el conocido filósofo y escritor de la Ilustración, el que ha motivado semejante representación. Resulta que ya en sus últimos años un grupo de aficionados a la literatura decidió rendirle el mayor de los homenajes y contrató a Monsieur Pigalle para que le hiciera un buen retrato, basándose en un busto que este último ya tenía medio preparado del sujeto. Se esperaban el retrato definitivo, un retrato que clavara en la memoria colectiva la imagen del personaje (como en los autorretratos de madurez de Rembrandt –también representados en el museo- o Goya). Pero empezaron a correr rumores sobre un extraño cuerpo para ese busto. El filósofo, inquieto al principio por lo que se estaba perpetrando, decidió finalmente practicar esa tolerancia que siempre había defendido y no inmiscuirse en la obra del otro, dejando que el arte siguiera su propio curso sin obstáculos. Resultado: es esta la imagen que muchos tienen de Voltaire cuando se les viene a la cabeza, no ya sin esas pelucas que estaban tan de moda entonces, sino despojado de cualquier clase de maquillaje ante la realidad corporal de la vejez.

Muchos admiraron el valor y la entereza que hay que tener para permitir semejante tropelía con la propia imagen, y muchos lo admiran aún hoy pero, ¿no es algo que nos resulta familiar? ¿Acaso no hay otro tipo que soporta toda clase de rumores, conjeturas, falsedades, exageraciones, sin pestañear?

Oh, de los Rivers, eres un visionario en un mundo cada vez más opaco. Una Ilustración a pie de página en un mundo cada vez más matematizado. Un santo entre cretinos. Un ser sencillo que sólo pide a la vida hierba en su jardín y patatas en su tenedor.  Recuerdo una vez que te pregunté si nuestra actividad difamatoria te molestaba y me respondiste que creías en la libertad de expresión. Me dejaste sin palabras. Deja de cambiarte el nombre en las redes sociales, nadie va a perseguirte ya. Ya no hay pinballs sanluqueños, y sin embargo tú, bola de billar,  sigues botando de cama en cama. Fuiste la Yoko Ono del Cadalso y al final ganaste la batalla. Fuiste comensal un día en el Wok del Carrefour y tuvieron que cambiar de dueño, porque no les salían las cuentas. Si el Último Hogar o el camello de Sanlúcar cierran sus puertas, Dios no lo quiera, tú, Voltaire, seguirás yendo todos los días por darte un voltio.

Nunca fuiste la bola perdida del pinball de la vida.  Eras esos botones con muelle en los que, cuando chocas, rebotas. Todo el disgusto que se descargaba en ti lo devolvías en forma de energía y amor. Botones Sacarino, sólo pedías por propina un ticket restaurante y un par de euros para el autobús (o eso decías).

Eres un lirón que hiberna en los cimientos de nuestra ciudad. No sabíamos si anunciabas tu partida a Madrid para conseguir que te invitáramos una vez tras otra, o para que nos diéramos cuenta de lo que perderíamos. Nos consuela saber que ahora mismo, en algún sitio, tú, cabeza monda, estarás mondando naranjas para esculpir penes de fruta.